Alacenas de cristal, ceniza y fuego. Juegos de huesos, canicas, hilos y un bote de leche de almendras.



Tus pasos matinales bajo el agua, tu cruz de sal a Santa Bárbara en las tormentas. Vestir la muerte y untar de aceite azul la boca del mamón. Hacer los agujeros con hilo de seda a las recién nacidas sentada en el tercer escalón de la escalera desconchada.



Mil ganchilos de luz tejidos con tus manos, toda la bondad del mundo para quien te necesita y un pañuelo muy negro tapándote la cara cuando el mundo te ponías por montera.



Todo te lo has llevado allá y a mi me has dejado las rosetas de aljofar que alargaban tus orejas y una oración, entre mil jaculatorias, una oración para quitar el mal de ojo. ¡Ojo abuelita!

abuelas 3


A mazapán, entre visillos blancos, me huelen esas tardes. A tus sonrisas de hada buena y guantes de seda al peso. A aquel descapotable rojo que para en mi ventana de futuro y a una radio que suena a consejo de "señora Francis"
Me duele, todavía, no volver a subir por la escalera del patio. No retener por mas tiempo mi paso por el comedor, no recorrer tu bolsillo, tu almohadilla y tu cara, pero como tu decías ¡Qué miedo!
No escuchar las dudas de María, la guerra cotidiana... Me duele dentro de mis centros no oir tu tos, tu risa loca, tu llanto al mismo tiempo y esa agüita amarilla que tus lagunas te hacían verter.
Me asomo levantando el faldón de la banca y allí, al fondo, estás sonriendo con tus ojos de almendra y con el bote de mahonesa en la mano.
¡Yaya!