Va por la que llevas dentro.

Disfrazarse para que no te hagan daño, para ser otra, para soñar...
Enmascarar tus días para no ponerte en peligro. Ocultar tu corazón de seda con mil capas de felpa para que nadie se atreva a  sacártelo y devorarlo. Andar hacia atrás, boca abajo o haciendo el pino porque esos advenedizos de la vulgaridad no respetan la sutileza de tus sentidos. Sacar las uñas, morder, arañar, ser un gato rabioso para que no acaben contigo. Eso se termina en el momento justo en el que sólo tienes ojos para vivir tu vida y es, en ese momento, en el que floreces y sólo te ocupas de ser cada día tu misma.
¡Niñas! No hay nada como empezar a madurar.

Habría que apagar la noche.

Habría que volver a dormir de noche. Habría que cerrar las puertas y no abrirlas hasta que el gallo cantara. Habría que envolverlos en silencio bajo cuatro tapas de estrellas. Habría que enseñarles que la luna vigila desde arriba y que al amanecer se despierta la vida y con ella, habría que contarles que se encienden las conciencias de los que se avergüenzan de esa violencia sin sentido, temeraria e imprudente. Habría que enseñarles que quien juega con fuego acaba quemándose y habría que plantearse, muy seriamente, que la noche es para el descanso y no para que unos gamberros destrocen las puertas que protegen los sueños.

Habría que apagar la noche para ellos.

Carnaval

Es carnaval, el tiempo en el que la mentira es verdad y todo se acepta con agrado: tu trabajas y yo cobro; él compra para venderte; yo soy Dios pero tú haces los milagros; te piso, te aplasto, te humillo pero eres tú y sólo tú el culpable de todo. ¡Qué bien luces tu disfraz! Eres la estrella, te veo desfilar tan seguro de tu poder y sólo espero que te cubras de cenizas en esa cuaresma en la que, sin duda, has de pagar tus pecados.
El carnaval, amigo enemigo, sólo dura unos días.Eso espero por el bien de muchos.