Latidos

Hay corazones de piedra. En ellos no es posible un pellizco de ternura. Hay corazones en los que palpitar es un ronquido sordo, arritmico, sin sangre. Nada mueve esos corazones, no hay bomba que los ponga en marcha. Funcionan como el péndulo, sin remedio, van y vienen sin sentir apenas. Nada los conmueve porque solo tienen que regar su cuerpo egocéntrico. Y los de al lado, los otros corazones, los que conviven en ese espacio incierto de la vida cerca de su sordo palpitar, esos, esos sufren arritmias porque no comprenden la dureza de un músculo hecho para dar vida, no saben qué hacer para cambiarle el ritmo y convertirlo en un tejido amable. Esos que añoran la armonía pueden detenerse en cualquier momento creyéndose culpables al no conseguir el amor suficiente para latir al unísono.

Blanco, verde, negro

Paso a paso camino en la mañana entre la niebla. Aterrizo de un viaje en el tiempo. Un tiempo adolescente que se vistió de años y distancia. Vengo con la maleta cargada de risas y canciones. Siento que soy otra vez yo, la de siempre. Se renovaron cada una de mis células. Es lo que tiene caminar sobre montañas de fuego y tocar las entrañas de un dragón. Hoy soy tierra nueva. 
Cabalgamos en la noche en Lanzarote y nos volvimos basalto y olivina. Somos las que siempre renacemos fuego. Como la lava que solidifica para convertirse en cueva de ensueño.
Somos verde sobre blanco. Blanco sobre negro. Un espejismo, hoy, somos. Mañana ya veremos.
(Mis niñas)

No se los llevó del todo

Y se fueron por el sendero frío que lleva a la eternidad. Ese lugar que no entendemos y en el que debe haber tanta gente. Nos dejaron una sima inmensa, profunda. Otro lugar al que no puede alcanzar la razón. Me pongo de puntillas frente a ese hueco inmenso y grito la soledad que nos dejaron. Un silbido helado asciende de las profundidaes en vez del eco. Ni siquiera él me responde. Pero la vida desde lo alto de un ciprés se agita, mueve la brisa de la sonrisa de un niño, chisporrotea una flama en el hogar y allí, entre el humo, los olores y algún sonido casi gaseoso, allí aparece la imagen fresca de un recuerdo de todo lo que fueron, de todo lo que amaron, de todo lo que dieron. Y siento como se van templando mis manos mientras acaricio los momentos que compartimos. Mientras sonrío porque aún son míos. Porque no se los llevó la muerte, no del todo.

El pañuelo de seda

Quise enmarcar un pañuelo de seda de mi abuela para adornar el salón de mi casa nueva. Ya va para veinte años y aún no encontré el marco que mereciera robarle la posibilidad de agitarse con el viento o mojarse con la lluvia.
Nunca la vi a ella tocada con él y es posible que esa sea la razón por la que quiere el pañuelo permanecer preso en el cajón. No sirvió nunca para lo que estuvo destinado y no hay peor destino que el que no llega.
Aunque, bien pensado, puede que este que ahora lo rescata y lo hace protagonista de estas letras sea para lo que siempre estuvo destinado, traer hoy hasta aquí el color lila que tanto gustaba a mi abuela y que pintado estaba en los bordes de la seda.

El hilo de seda rojo

Entre las hojas del libro que leo, he dejado un hilo de seda rojo.
Habla el libro de los lazos que se van rompiendo en la vida, de la nostalgia, del amor insuficiente, del arrepentimiento y de sobrevivir.
El hilo de seda rojo relata un tiempo de intimidades, cuenta una historia de estíos, de estirar la vida, de amar.
Ni el libro habla de mi ni la seda habla del libro.
Pretendo que el hilo se quedé allí para que alguien, algún día, se pregunte quién dejó aquel rastro rojo entre las letras impresas. Qué historia quiso contar. Que se detenga a pensar, que se cuente así mismo una historia, que siga tirando del hilo que un día yo puse allí.
Había una vez un hilo de seda roja, entre las páginas de un libro.
                                       

La caza


Vamos a cazar pájaros, vamos a poner a todos los ojeadores a dar palos al aire y que disparen luego las escopetas. ¡Fuego!
No hay otra cosa que hacer en este campo que buscar en la pajarera quién tiene o no un título que colgar en su curriculum. Esa jaula en la que llevamos años pegando plumas que no nos permiten volar mas que unos pocos metros por euro. Esa jaula mentira de nuestro conocimiento.
Vamos, disparen, que es el master o el doctorado el que acredita que no valemos para esto, porque para esto valen, los que no valen para aquello. Con solo ganar unas piezas abriremos el camino para convertirnos en cuervo. Un cuervo que sobrevuele sobre los nidos donde los pájaros consiguen acreditar su sueño. Vamos, que alguien se deje de cazar y se ponga al fin a desmontar el nido, a poner pies en el suelo y a reconocer que unos obtienen favores porque hay quienes les ponen a huevo anidar en el tejado por mas de un puñado de euros. 
                                           

Florecer la noche

Tengo un árbol seco en mi jardín, no da frutos pero en la noche se ilumina.
Una enredadera compite con él, emite luces blancas al salir la luna.
No tengo mascotas y sin embargo no me falta el trino de los pájaros,
el vuelo de las golondrinas y la sombra de los gatos bajo las estrellas.
No hay juncales que bordeen la piscina mas las libélulas rozan con sus alas el agua, las avispas amenazan la paz del baño y las de lagartijas suben y bajan la pared blanca que me defiende del ruido de la calle y me procura sosiego en este mundo de ruido sin medida.
 Me pregunto ¿Cuándo las calles en la noche florecerán silencio?




Quiero

Quiero escribir sin prisas. Pintar mis mundos en las caras y los árboles que la mano crea. Inventar historias o dormir la siesta. Quiero leer "Ordesa" y perderme con el Vilas por sus letras. Bañarme en el turquesa del agua cada tarde. Tomarme una cerveza mano a mano, contigo. Quiero perderme escuchando a Mozart o Sabina. No vestirme, no pintarme, no salir. Quiero despertarme sola, desayunar sin prisas. Deambular por la casa descalza y perderme en los recuerdos. Quiero, quiero, quiero. Y todo ese deseo lo estoy cumpliendo a rajatabla y ahora no quiero otra cosa que quererte.
     

La víspera

Otra vez es la víspera de lo que nunca llega. La víspera de la elección de las palabras que se llevará el viento. La víspera de no poder hacer lo que te gustaría. De no llegar a tiempo. De ser el último mono. La invisible sombra de lo que no eres. Otra vez dejando tu orgullo en un cajón y dejando que te venza la mala educación de los demás, las excusas falaces que tanto te duelen. Otra vez la víspera de lo que nunca llega, otra vez la incomodidad de la culpa que no tienes, de saberte excluida, de saberte fuera del único lugar al que perteneces. Otra vez el amargo sabor de la desconsideración. Otra vez quedarte fuera por no tener los suficientes arrestos para ponerte al mundo por montera y hacer lo que te da la real gana y salirte con la tuya. Otra vez la víspera de mostrar tu enfado y tu decepción. No quiero ni pensar en el día que diga ¡Basta!
                                    

Distancia

Todos los años las golondrinas vuelven desde lejos a mi casa. No ponen distancia entre nosotras sino que frecuentan el alero y la cuerda de tender de mi terraza. Vuelven cada vez mas pronto y tardan mas  en volar a África. Hay distancias mucho mayores, las que nosotros mismos establecemos cuando levantamos una barrera de silencio. Ni una llamada ni un encuentro. Pasa el tiempo. Pasa el silencio sin alas y uno se queda solo como las lagartijas que viven sin moverse de la pared mas soleada del jardín. Si uno quiere puede ser golondrina, si lo prefiere lagartija. La distancia la ponemos sin contar ni metros ni kilómetros, solo con ignorar que hay alguien mas que antes existía. Solo con dejar pasar los días.

Blanco satinado

Con una pintura blanca he pintado un mueble que era viejo y al terminar había renacido. Su presencia le otorga a la cocina un aire gustaviano. Lanzada con la brocha he embadurnado una silla, un platero y un mesa que era verde, muy verde. Viendo como todos se hacían presentes he pintado de blanco satinado mi imagen invisible. La invisibilidad es un don y es un castigo cuando no existes para aquellos que debieran mirarte, alguna vez. Pero tranquila amiga invisible yo te veo de todos los colores. Y a los que no te ven yo no los miro.

Vivir



Amanecía en Manhattan, ya había taxis cruzando la sexta.
Otro día frente a la vida inmensa de aquel verano.
La vida detenida en un país lejano,
                                    allí, en la película de ayer.
Amanecía en la sexta, una lluvia bañaba las aceras,
una multitud salía a bocanadas del metro,
yo existía tras un croissant,
                                      allí, y no era cine.
Amanecía en New York, yo amanecía a otra vida.
 Renacida en aquel mundo,
en un viaje que cambió mis veranos y mis conceptos.
                                       Allí, en mi.


Pequeña

Cuando éramos  pequeñas el verano era casi eterno.
La siesta era algo de mayores.
La noche también.

Cuando éramos pequeñas la cuneta era una selva.
Las tormentas daban miedo.
Y los rayos mucho mas.

Cuando éramos pequeñas el mundo cabía en un escaparate.
La cama se convertía en barco.
El suelo en mar.

Cuando éramos pequeñas mis amigas eran mías.
Las horas eran suyas.
La vida era jugar.

Cuando éramos pequeñas soñábamos ser mayores.
Ahora ya lo somos.
Yo sigo siendo igual.
                                   Pequeña.

Palabras

Por dónde caminan las palabras que pronunciamos en libertad. Por dónde su significado, el sentimiento que las arrancó de lo mas profundo de nuestros pensamientos, en ocasiones, indignados. Dónde van a caer. Quién las interpreta y lo peor quién las juzga.
Las palabras saltan al blanco de la página para pintarla en un claro desahogo. No pretenden nada mas que ser expresadas, que alguien las haga suyas o que las ignore pero que nadie las censure. La palabra que se grita o que se calla a través de la escritura es un huella que se queda. Hay tiempos para escribir en los que se necesita sosiego. Es tanto el desasosiego, son tantas las manipulaciones, tantas las falacias, tanta la ira lanzada con lenguas de espadas que deberíamos encender el silencio y medir más nuestras palabras. Tengo un metro a mano y las mías se escapan de puntillas pisando los centímetros de mi alma. No quieren que las mida pero si que las cubra de esperanza.

Escribir como una ladrona

Me gusta escribir como una ladrona que le roba tiempo a la mañana. Escribir cuando hago la cama y me siento en su borde, en silencio, a penas respirando.
Me gusta escribir aprovechando los minutos en los que él desciende hasta la calle. Entonces abro rauda el cajón de la mesita y saco la libreta, a hurtadillas.
Me gusta escribir sintiéndome al acecho de las palabras que afloran a mi mano. Ensayar a escondidas un soneto, una frase secreta, una idea.
Pero lo que mas me gusta es acelerar cuando siento que llegas y es entonces, es entonces cuando me vierto entera sobre los pensamientos desbocados.
Y mas que nada, lo que más, me gusta que tú me leas.

Canela ni mas ni menos

Olía a canela y a incienso. Olía a primavera de la vida. Aunque todo se cubriera con un manto morado, aunque cerraran los bares, a pesar de todo ese silencio había un despertar y una alegría que desbordaba la risa en los oficios y en las procesiones. Olía a vacaciones, a pandilla, a la familia reunida alrededor de tortillas y potajes, los ayunos de unos y la abstinencia de todos. Por entonces no entendía aquella fiesta, solo eran vacaciones.
Al cabo de unos años entendí desde la fe la necesidad del silencio, del recogimiento, del prepararse durante estas semanas para el tercer día, la gran celebración de los católicos y me enseñaron, desde dentro del culto, que lo de menos era la procesión y lo de mas, lo de mas era otra cosa. ¡Aleluya!
Ahora, que ya no estoy en la primavera de mi vida, sigo entendiendo poco y dudando mas y si, siguen siendo vacaciones. No toda la familia se reúne, no ayuno, aunque tiendo a meditar sobre el sacrificio, la muerte, el sufrimiento y deseo la llegada de los terceros días para los que nunca es fiesta, en esta semana ni en ninguna otra, mientras mi alma, que es mi casa, se impregna del olor de la canela y el azúcar para recordar que no está de mas mirar hacia dentro ni de menos a los demás.

Nubes en el tejado

Una nube se ha posado en el solar de un tejado.
Parece un pez que nadando se va transformando en gato.
Otra, regordeta y blanca, la mira desde lo alto,
parece un osito inmenso con la cola de un lagarto.
Tras ella , como si fuera una niña, juguetea otra en lo alto.
Desde el salón yo las miro reflejada en el cristal de mi balcón, ya mojado.
Tengo una copa en la mano, sobre la falda hay un libro, sobre la mesa veo algo
mientras a mi oído acerco la caracola que el mar me regaló este verano.              
El libro se ha abierto solo y una letra se ha escapado,
se ha fugado con la nube y tras ella va nadando.
Yo me he tomado la copa, por la caracola escapo.
Por ese túnel de nácar vislumbro un lugar soñado,
esta forrado de sedas, maravillosos brocados
que han rodeado mi cuerpo quedando inmovilizado.

Cuando quiero darme cuenta en el sofá he despertado.
El libro estaba en el suelo, la copa vacía al lado,
la caracola pisando un montón de folios blancos.
Todo estaba muy tranquilo pero algo había pasado.
El sueño me había vencido mirando el cielo nublado.

Siento que llegas

Siento como te duelen las despedidas. La alegría de ese regreso lleva consigo tantos adioses.
Es curioso que el gran anhelo que viste mi alma, en estos fríos días de febrero, da un paso atrás, deja un resquicio a la añoranza de aquellos otros que compartimos allí, en tu otra vida que ya se acaba.
Siento como te duelen las despedidas, mientras, mis ilusiones revolotean por la cocina preparando el menú de tu regreso y, sin embargo, al mismo tiempo me sube un ahogo por el pecho cargado con los recuerdos que nunca olvidaremos de las vivencias que quedaron al otro lado del océano.
Siento como te duele y como te alegra, al mismo tiempo, tu regreso y a mi, cariño, a mi, ni te cuento como me alegra tu llegada aunque comprendo y siento muy dentro como te duele, como te alegra, y por supuesto, cuanto te quiero.
             Siento como te acercas. Ya.

Invisibles

En ocasiones te sientes invisible. El último mono. Cuando eso pasa, el grado de disgusto o desilusión es directamente proporcional a los afectos que tu sientes o a los que crees que por ti sienten. Eso se llama "en la consideración que te tienen". De momento, muy sabiamente, pasas un tupido velo, quitas importancia y te acoges a la conformidad, al cabo de unos días percibes como el desconsiderado o los que le están próximos van tejiendo una tela para envolverte en una excusa falaz. Es posible que acabes convencido de que no hubo tal desconsideración sino que tu no cumpliste con lo que se esperaba y es entonces cuando tienes que repasar todos los hechos objetivamente y, si está claro que hiciste lo que debías, pero que ellos no, entonces no te dejes intimidar y pasa, pero de ellos. Aunque también puedes seguir siendo invisible y sonreír. Es lo que suelo hacer aunque por dentro una alerta quede programada, para siempre.

Mientras hay vida

Nada hay más triste que pensar que ya no queda tiempo.
Que apenas quedan  amaneceres ni mediodías para soñar despierto.
No hay rendición que merezca ni diez minutos de tu vida
 porque cada momento es un proyecto de pasado,
un hasta luego presente, un ya pasó y eso,
eso necesita de un recuerdo.
No hay nada más triste que sentir que mañana no tendrá contenido.
Que no quedan horas para perderse en sus minutos.
No hay tratado de paz que acuerde la pereza de vivir tu existencia
y es que cada segundo que te queda ¡Ay amigo mío!
cada segundo es una bienvenida,
un hola cómo estás, una mano tendida y eso,
eso requiere que te pongas las pilas, te dejes ya de angustia, de quejas y
retomes tu vida.
                           Tu proyecto, tu tiempo.

Tres niños por el mundo

Nacieron tres coronas sobre la sal de la arena. El agua bañó sus puntas de gemas verdiazules y las doró el sol.
La ilusión paseaba descalza dibujando sueños y en sus huellas la fantasía los recogía.
Por el borde del atardecer de escarcha y frío se colaron tres niños. Iban agarrados a la esperanza con mucha fuerza, ella intentaba soltarse, ellos no la dejaban. En un descuido lo consiguió un segundo, tan solo un segundo y en un dos tres colocó las coronas sobre sus cabezas.
No se convirtieron en reyes pero cuando llegó la noche durmieron sin pesadillas porque se sabían a salvo, contaban con la ilusión, la fantasía y la esperanza para sobrevivir en aquel lugar llamado MUNDO.
En la arena el mar dejó un rastro de sal al amanecer, brillaba una pregunta entre las caracolas y en la profundidad de su cuerpo rizado resonaba ¿dónde los hombres, cuándo?
Yo leí la sal, escuché a la caracola y me pregunté ¿están a salvo los niños?